sábado, 11 de abril de 2009

La importancia de un gesto

A pesar de declararme atea, agnóstica y todo aquello que sugiera que no creo en nada más que en el día a día de mi vida, estos días de Semana Santa nos dimos una vuelta por la ciudad. En las calles se sucedian las procesiones, el ir y venir de capuchinos, los pasos ornamentados, el olor a incienso... La Semana Santa me parece una celebración un tanto macabra, sinceramente, pero me trae recuerdos de cuando teniamos unos cuantos años menos, no teniamos niños, ni obligaciones, y la lista de nuestros proyectos era muy corta, tan corta como nuestros ingresos. Pero han pasado los años, ahora paseabamos por las calles con nuestros hijos, felices, y riéndonos con las ocurrencias de los crios, que se empeñaron en llamar a los capuchinos, "monstruos", y los pasos, "carrozas", y en decir que el incieso olía a chocolate...

Mi niña estaba cansada, era tarde, y como otras veces, adoptó "su postura", esa que ningun otro miembro de la familia es capaz de hacer, ¡y mira que lo hemos intentado!. Se pone de cuclillas, abre las piernas por completo, y mantiene el equilibrio así durante el tiempo que desea. Ese gesto, esa postura, me recuerda que nació muy lejos, donde la gente tiene una facilidad increible para hacer este tipo de equilibrios, vetados a cualquier occidental por muy deportista que sea. Mi niña no nació aquí. Me quedé mirándola, le sonreí, y me miró como preguntandose a qué se debía aquella cara de tonta que tenía su madre, luego se levantó, me pidió que bajase a su altura, y me endosó un enorme beso, y la mejor de sus sonrisas. Esa sonrisa si es de aquí.

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